miércoles, 4 de abril de 2012

Une belle histoire d'amour. Preámbulo

Con la cabeza gacha y con triste semblante marchó hacia delante, lento, sin volver la vista atrás. Ese retorno se le hacía eterno, como la espera de cualquier respuesta importante. Su paso le hacía avanzar despacio pues no quería cruzar una esquina tras otra y llegar a casa sin aquel sentimiento que le calentaba el corazón en esas frías noches de invierno. La aflicción comenzaba a apoderarse de él y no quería que pasara pues confiaba ciegamente en que aún todo podía salvarse. Ansiaba volver a oír aquella dulce voz rompiendo el silencio de la noche, ansiaba volver a oírla pidiendo que no se fuera. No pasará, ese presentimiento se iba haciendo realidad en su mente cada vez con más fuerza pese a que intentaba pensar que no fuese así porque aquel obstáculo que se les presentaba podía salvarse como cualquier otro.

Entonces llegó al final de la calle y miró atrás, hacia aquel portal testigo de tantos besos y de tanto amor. Fue al ver la luz apagada cuando una lágrima recorrió con un incómodo cosquilleo su frío rostro y se preguntó: ¿De verdad ha llegado el fin, tan pronto y tan cruel?

Tomó la calle de su izquierda y volvió a casa pasando una calle tras otra casi enajenado pues mientras su cuerpo volvía como programado siguiendo el camino, su mente estaba en otro sitio, pensaba en ella. Aquel tiempo que estuvieron juntos pasaba volando ante él. Cada beso, cada palabra, cada sentimiento, cada momento, cada mirada, todo se desmoronaba y poco podía hacer para impedirlo. Nunca había creído en el destino y vaya momento se le presentó para pensar en él, pues si existe le estaba jugando una broma macabra.

Llegó a casa empapado, en el camino de vuelta comenzó a llover y tan ausente estaba de lo que pasaba a su alrededor que no se dio cuenta de que la lluvia lo estaba empapando completamente. Se quitó la ropa, se secó, puso la calefacción al máximo y se preparó una taza de chocolate, sabía que no iba a poder dormir. Mientras bebía, sorbo a sorbo, miraba por la ventana aquellas hermosas vistas que quizás nunca volvería a ver o al menos en mucho tiempo. Recordaba con exactitud cada momento vivido en todos los lugares emblemáticos que veía.

Quizás sea lo mejor, pensó. Duele pero puede que haya llegado el momento de emprender caminos distintos. Ese adiós tiene más pinta de ser un hasta luego. No paraba de darle vueltas a todo ya que se negaba a asumir que había llegado el momento de separarse. Volvió a pensar en el destino, maldito destino.

Dejó de darle vueltas al asunto, se resignó y se levantó para acercarse a la ventana y escribió en el cristal:

Ya no volveré. Y la noche

tibia, serena y callada,

dormirá el mundo, a los rayos

de su luna solitaria.

Mi cuerpo no estará allí,

y por la abierta ventana,

entrará una brisa fresca,

preguntando por mi alma.

No sé si habrá quien me aguarde

de mi doble ausencia larga,

o quien bese mi recuerdo

entre caricias y lágrimas.

Pero habrá estrellas y flores

y suspiros y fragancias,

y amor en las avenidas

a la sombra de las ramas.

Y sonará ese piano

como en esta noche plácida,

y no tendrá quien lo escuche

pensativo en mi ventana.

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