Recuerdo aquel otoño de hace tantos años
como si fuera ayer. Era distinto, a diferencia de otros rebosaba vida y
alegría. Podría decirse que era un otoño de lo más primaveral. Por aquel
entonces los tiempos estaban cambiando, pero llamaba la atención cómo tal
estación rompía la periodicidad anual con ese ambiente tan inusitado. Parecía
como si preparara la llegada de algo, o de alguien. Fuera como fuere consiguió
llamar la atención y tenernos en vilo ante tal disparidad, qué raro resultaba
todo.
Amaneció un día de octubre, como
cualquier otro, pero el Sol tenía otro brillo y la luz brillaba con tal intensidad que
apenas quedaba hueco sin iluminar. El Sol no quería que aquel acontecimiento
pasara desapercibido. Era un 25 de octubre de 1966 y fue cuando nació mi mamá.
No viví aquello ni sé si aquel otoño fue
diferente o no. Tampoco sé si salió el Sol o el muy pillín decidió ocultarse
tras las nubes, temeroso de asomarse ante el eterno discurrir de la vida. No lo
sé, pero imagino que tal acontecimiento fue así y no de otra forma: el
primer día del resto de nuestras vidas. Nuestras, de mi hermano y mía, sangre
de su sangre.
El tiempo se paró para presenciar aquel
momento y cuando sucedió ya nada era igual. El nacimiento de una vida capaz de
traer al mundo otras dos no es algo que pase desapercibido. Qué complejo puede
resultar entender la vida y su funcionamiento pero qué hermosa es en todos los
aspectos. Una nueva vida, y con ésta otras más.
Qué diferente hubiera sido todo de no
haber sido así. Pero la historia no está hecha para hablar de supuestos, pasó
porque pasó y gracias a ello hoy os puedo contar cuán maravilloso fue aquel
momento; y no pasa día en el que recuerde cómo aquella vida vino al mundo,
porque formo parte de ella.
Pasarán los años y los otoños pero no la
vida. Aquella vida quedará para la eternidad pues no será olvidada ni
menospreciada. Por eso escribo estas palabras, para honrar aquella vida que surgió y hoy da vida. Correrán las agujas del reloj, pero desde entonces los otoños son diferentes pues
no barren las hojas de aquel árbol que manó de la tierra para florecer y que se alza más alto que cualquier otro, frondoso, y con raíces que abrazan la tierra para no dejarse vencer ante el tiempo y sus inclemencias y poder mantener más vidas además de la suya propia. He ahí su magnitud.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS MAMÁ!
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